jueves, 24 de septiembre de 2009

Valdez. Tres

De regreso a la pensión pasó por lo de Lito y se bajó dos platos de tallarines al pesto. Como en los viejos tiempos. Claro que entonces entrenaba siete horas al día y quemaba kilos que daba gusto. Ahora corría el riesgo de que todo lo que había sido músculo se convirtiera en tejido grasiento, vamos, que si seguía comiendo de esa manera no tardaría en ser un gordo más, en un circo lleno de gordos.

"Las minas te pueden perdonar que seas gordo, pero no que seas gordo y no tengas guita. Eso nunca. ¿Y qué tal gordo, pelado, impotente, sin un mango, de izquierdas y con habilidades sociales nulas? Como Bermúdez, el fiador. Ahí no hay nada que hacer... Knock out...", pensó Valdez.


Súbitamente se acordó de su abuelo. El viejo había sido un inmigrante de los millones que levantaron el país laburando de sol a sol para que unos cuantos pasearan por Europa y se llevaran la guita a Suiza. No había podido estudiar porque en su tierra natal había una importante cantidad de hijos de puta por metro cuadrado y llegar a la universidad si pertenecías a la clase obrera y no estabas bautizado por la Iglesia Católica era una empresa casi imposible. Pasó tanta hambre en su juventud que cuando veía a un gordo deleitándose en pleno aquelarre solía preguntar con aire de incredulidad: “¿Y todavía come..?”


Cuando Valdez estaba nervioso o angustiado se refugiaba en la comida. Desde la época en que solía aparecer por lo de Lito a cualquier hora de la noche la calidad de sus platos había descendido en picado. A decir verdad, la calidad se había esfumado. Los dos primeros platos de tallarines se los zampó en un abrir y cerrar de ojos, pero cuando pidió el tercero, Valdez reparó en que más que tallarines parecían sopa. Además, los fideos estaban muy lejos de estar al dente: estaban simplemente blandos, pasados y bien pasados. Decidió quejarse.

-Mozo- dijo haciendo un gesto hacia los susodichos fideos –Estos tallarines están pasados.

-¿Y...? ¿Ahora me lo dice? Si ya va por el tercer plato...

Valdez levantó la cabeza lentamente para medir al posible rival. Luego lo miró fijamente entrecerrando los ojos a lo Clint Eastwood y especuló con la posibilidad de empezar a los tortazos. Pero pensó que teniendo un trabajito en vistas acabar en comisaría por una boludez no era lo más aconsejable.

-Mirá, pibe, voy a pasar por alto lo que me decís y cómo me lo decís. No quiero lío. Me parece que si yo me siento en una mesa, te pido de comer y después te voy a pagar por el servicio tengo una serie de derechos que me amparan, así que dejate de joder y cambiame el plato- dijo Valdez gratamente sorprendido por su autocontrol.

-Usted ya empezó a comer. Esto es muy irregular. Tengo que ir a la cocina a pedir instrucciones...- dijo con una mueca desagradable.


Volvió a los veinte minutos con otro plato de tallarines exactamente igual de pasados que los anteriores. Se lo depositó en la mesa como quien descarga una pesada mochila, haciendo sonar el plato y logrando que los cubiertos danzaran. Vamos, le tiró el plato a la cara. Pero entonces, Valdez se dio cuenta de que en la pared del fondo había una foto de Independiente Campeón 1970 y se olvidó de los tallarines, del pelotudo del mozo y de sí mismo. Entró en barrena.

-Ché..., traeme otro plato, haceme el favor- dijo al mozo sin mirar y se sirvió un vaso de vino y bebió y volvió a beber, y dejó de pensar para poder sentir. No supo más quién era. Como cuando se escucha una zamba en un fogón.



Avellaneda, las tardes de fútbol con su viejo y los amigotes del barrio. Independiente. Dale rojo. Las primeras palabras que se grabaron en su espíritu para siempre. A sangre y fuego. ¡Dale rojo!

Las minas del barrio. Valdez sentía que les pertenecía, siempre, durante toda su carrera. Las pibas de buena familia lo asaltaban a la salida del gimnasio, en los camerinos, en cualquier lado. Se lo peleaban en las fiestas de sociedad, pero esas tipas estiradas nunca llegaron a rozar su alma. Independiente. Valdez siempre fue de Independiente. El viejo Bochini. La gloria de los diablos rojos, el alma del equipo. 1977, junto a Bertoni. Tipos que sentían los colores del club, que no concebían la traición. El mundial del 78. Aún era un pibe. Esos tiempos turbulentos, gente que desaparecía, que nadie sabía. Y el fútbol seguía andando. "Los argentinos somos derechos y humanos". Hay que ser turro... Hay que ser.

El rojo, el equipo de la gente humilde, de los poetas, de los laburantes. En medio de toda esa merda fascista. Valdez se quedó en el barrio, junto a Independiente. Pa qué más...

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